Mi primer mes en Pedernales, Ecuador

Hace poco más de un mes que trabajo en la ciudad Pedernales de mi provincia, a 3,5 horas de mi natal Portoviejo. No es la primera vez que trabajo en otra ciudad de mi provincia, hace muchos años lo hice en el puerto de Manta. Esta vez, empiezo como profesor de colegio público en la Unidad Educativa Pedro Agustín López. Soy muy afortunada de haber ganado esta plaza en el concurso Quiero Ser Maestro 7, en donde concursaron miles de profesionales de todo el país por plazas en colegios públicos.

Para hacer este recuento de mi experiencia reciente, dos cosas debo separar y diferenciar: la ciudad como tal, y la gente que he conocido gracias al colegio y a los lugares que frecuento para comer, comprar, etc.

Ha sido tremendamente grato para mí conocer a personas muy capaces y entregadas con su trabajo, que trabajan en el colegio por una mejor educación para la niñez de este país. Desde el conserje hasta la autoridad principal, todos resultan gente muy agradable y franca. Igualmente me he encontrado con la ya acostumbrada y amada forma de ser manabita, en el trato en la calle, en las tiendas, comedores, gente siempre cálida, calmada y un poco introspectiva.

Sin embargo todo esto contrasta con la tremendamente mala situación de la ciudad. Bueno, quizás exagero, pero tampoco tanto. Por muchas calles ruedan ríos de aguas venenosas salidas de negocios de camarón y pescado. Muchos caminos que transito a diario (para ir a la panadería o al comedor restaurant) no tienen aceras para caminar y debo hacerlo a poco más de un metro de las tricimotos y los vehículos pesados que transitan. 

El malecón mezcla extraña y morbosamente el olor de la brisa marina, con el de alcantarillas y aguas sucias. No me he sumergido en la playa, y no tengo la intención. Eso sí, las diversiones marinas en fines de semana están a la orden: banana, parapente tirado por lancha, y comedores con platos muy buenos. No falta la discoteca en la playa para bailar y beber algún coctel. El ambiente playero se puede sentir en las cabañas bien ambientadas, aunque lastimosamente todavía cercanas al mal olor. 

Algo más: el aire no es limpio, está de más decirlo. Animales sueltos (perros) andan por las calles a la búsqueda de la siempre presente basura acumulada en algún terreno o de aquella que recién ha sido dejada para los recogedores. Esto es lo más deplorable en una ciudad, en mi opinión. 

En estas condiciones infra sanitarias, luchar por la buena salud es clave, y vuelve muy secundario todo el esfuerzo que se pueda hacer en la educación de los chicos donde trabajo. 

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