En el mundo de las sombras - cuento por Ing. Juan C. Mangione (Argentina)

Existe un mundo paralelo al de la vida terrenal: el mundo de las sombras. Todo cuerpo que deja la tierra, en su último suspiro libera su sombra la que permanece eternamente en Un Mundo Aparte y se encuentra con las otras sombras que hace milenios se conglomeran desconociendo todo orden.

Existen así las sombras danzantes de las bailarinas de algún palacio arcaico, del que también existe la sombra en sus mejores ponientes. Esas sombras, se entrecruzan con las de los actores ambulantes que llevaban por los pueblos las obras de William Shakespeare y Jean-Baptiste Pocquelin.

Los encuentros son tan inesperados que en las noches de disquisiciones, se suele ver a Copérnico, Tico Brahe, Galileo y otros colegas lunáticos, discutiendo con Aristóteles y Ptolomeo en acaloradas charlas selenitas. Lo que no se sabe aún es cuál de ellos es el centro de la conversación.



Es curioso ver la sombra de Nerón platicando con la de Hitler mientras que Borges le cuenta a Stevenson humildades de sus escritos. En algún rincón del relato, mi padre conversa con sus ancestros mientras que desentraña el origen del hombre.

Gandhi, dialoga con miles de apaleados mientras que las doloridas sombras escuchan con actitud reverencial. Las sombras de los cadetes del TC-48 platican con Antoine de Saint Exupery mientras que el viento levanta un dibujo de El Principito por los aires.

Por pedido del público, la sombra de Lennon interpreta improvisadas melodías acompañada por sus pares Ravel y Debussy, discutiendo rítmicamente las conveniencias de la modulación en sus composiciones. La sombra de John, creyó haber imaginado esto antes. No obstante, Bach, seguro de ser un experto, se exaspera por la falta de preocupación de John en ensayar algunas fugas.

Las sombras de los esclavos judíos saliendo de Egipto se entrecruzan con las de los cuerpos aplastados por el Régimen Nazi y éstas, con las de los pobres palestinos muertos recientemente.

Treinta mil sombras de las Torres Gemelas se unen a las sombras de treinta mil desaparecidos en Argentina y las sesenta mil marchan caóticamente para confundirse en un mar de dolor con las sombras de los Tutsis muertos en el África.

El entramado sombrío de eras, generaciones, dolores, épocas, ciudadanos y víctimas es tan grande que, en la mañana, cuando el sol se levanta en el oriente, las sombras se encuentran durmiendo y pueden aspirar sólo a una esperanza. Del mediodía en adelante, se confunden lánguidamente hacia el poniente cuando, por última vez en el día, esperan la bendición de un nacimiento digno y la atribución de un cuerpo mortal que rija su existencia.

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